A Mariano no le dejaban usar chasquibúm,
los conocés esos chiquititos que explotan?
Porque antes hacía ¡tac! Y lo explotaba en la mano
¡tac! Y se lo explotaba en la frente
¡tac! Y en la rodilla
¡tac! Y te lo explotaba en el brazo
Pero a mí y a Martina sí,
Y hacíamos ¡tac! Y lo mirábamos
¡tac! Y nos reíamos
¡tac! Y
Si con una mano
Los dejábamos caer al piso
Hacían
¡tac tac tac tac tac!
En simultaneo
Entonces ahí estábamos
Los tres, mirándonos
No sé por qué
Esperando a que Martina
Busque en el aserrín alguno más
Y Martina metió la mano
Y Mariano se hacía el que no miraba
Y yo me hacía la que no miraba a Mariano
Pero los tres sabíamos perfectamente de que estábamos pendientes De que no se acabe el paquete de explosivos.
Y Martina sacó un puñado de aserrín que sólo a mí me dejó mirar
A Mariano se le salían los ojos de la cara para poder chusmear
Y encontramos dos; ¡tac! ¡tac! Y después ninguno más.
Entonces tiramos la caja al piso
Y la caja explotó
Había uno más.
No teníamos más chasquibúm
Buscamos monedas en el cuarto de los papás de Martina, y no encontramos nada más que treinta centavos en la mesa del televisor, entonces pensamos en vender algo,
Una piña decorada, una hoja pintada de azul,
Para vender ahí en la calle, si conseguíamos un peso podíamos comprar más chasquibúm.
En la puerta de la casa de Martina, poníamos una mesa, ya lo habíamos hecho.
Martina tenía un loro.
Estaba en un aro que colgaba del marco de la puerta del patio.
El loro de la casa veía a Martina acercarse a él y repetía: Martina dejá ese loro
Martina dejá ese loro
Martina dejá ese loro
Que se ve que era lo que le decía la mamá, cuando la veía acercarse al loro.
Porque Martina pasaba por el aro del loro y le pegaba al aro para que de la vuelta, y el loro se pegaba tremendo susto, se volaba y volvía al aro, repitiendo:
Martina dejá ese loro
Martina dejá ese loro
Cuestión que nos pusimos a pintar con marcadores sobre hojas de árboles que encontrábamos en la vereda. Si pasaba Hilda, una ancianita que vivía cerca seguro nos compraba. Pero a veces ni pasaba. Nos quedamos media hora tratando de vender algo y con el comercio frustrado, dejamos todo ahí y decidimos irnos a la pileta de Darío, el vecino de Martina, que tenía pileta, y un hermano de cuatro años que se la pasaba dando vueltas carnero y cantando alrededor de donde estemos.
Después Mariano apareció en la pileta, trajo su bici.
Y le propuso a Martina de llevarla en la bici.
Yo me quedé en la pileta agarrada a un flota flota, mientras paseaban por el pasto de la casa de Darío, que me había prestado sus antiparras, entonces
De vez en cuando
tiraba una gomita de pelo al fondo de la pileta y nadaba hasta encontrarla.
Después vino Martina a buscarme y se metió de nuevo al agua.
Mariano se había ido, y la había invitado a ir con él a tomar un helado el sábado, con el hermano de Mariano que los lleva en auto al centro a todos.
Martina estaba contentísima.
Nadamos un rato más y nos volvimos a su casa.
Entonces llegando a la noche, cuando volvió Estella Maris, la mamá de Martina, ella le contó que iba a ir el sábado al centro, y la mamá estaba algo alterada, o algo, porque le dijo que no y que estaba el cuarto de ella desordenado y que ya le había dicho que no entre al cuarto, que meta la mesa que sacó a la calle para adentro, y se le acercó para tirarle del pelo y que ni se le ocurra ir en auto al centro. Entonces mi amiga se enojó mucho. No, no se enojó, en realidad le dio impotencia, porque quiso salir corriendo al patio Pero el loro estaba en el marco de la puerta y se asustó de Martina entonces la atacó; Le saltó en la oreja, y le mordió el cartílago, le arrancó un pedazo.
La oreja de Martina sangraba como nunca ví.
Después del susto la vendamos.
Después ella lloraba en la almohada y yo la peinaba. Pero ella me corría la mano.
Yo le decía que no era tan grave ese tema,
que apenas le iba a quedar una marquita.
Y ella decía, que el loro le arrancó un pedazo,
y era verdad,
pero era un pedacito.
Y yo me fui a su cocina, muy disimuladamente y me robé una lata de palmitos, que abrimos a escondidas, y yo le decía, que se imagine que cada palmito era un tesoro y que entonces nosotras éramos dos piratas.
Después nos fuimos a dormir. Al día siguiente Martina no quería salir.
Pero se puso una vincha, que le cubría la oreja, entonces le cubría la venda.
Nos levantamos temprano. En un momento yo estaba, leyendo los lomitos de las revistas de la mesa, y Martina se fue a la cocina.
Hirvió papa y picó perejil, y se lo puso en la comida al loro.
A mi no me importó.
Al loro sí.
Comió con ganas y se quedó en el aro, duro, hasta caer colgando para abajo.
Ahí entendí que el loro había muerto.
Me parecía extraño, que le dé de comer.
Esa vez la mamá volvió más temprano que de costumbre, y Martina no se pudo escapar en el auto del hermano de Mariano. Vió al loro colgando y la corrió por toda la casa para ahorcarla. Subimos corriendo las escaleras y nos encerramos en su cuarto, tratando de forzar la puerta hasta que la mamá se calmó.
Unos días después ya estábamos de nuevo
Mariano, Martina y yo
Abriendo ese papel metálico
Del caramelo que viene con un chupetín
Que le mojás la lengua y se te explotan en la boca
y son como mil bolitas de lotería saltando en tu lengua.
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